InigoEtayo

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HE ESTADO EN AMBOS SITIOS (La Hija del Cristal II)

In Uncategorized on 20 abril 2010 at 12:58

Señoras y señores, tengo una pequeña historia que contarles. Es sobre Mona Lisa, y cómo, de repente, se derrumbó.

Abro los ojos, acalorada, asustada. ¿Qué ha pasado?

Oigo sirenas, gritos. Es mamá, ¿no? Sí, es ella. Gritaba como loca mientras me miraba con cara de decepción, la muy idiota pensaba que era culpa mía, aunque yo sé que lo hizo él. Él fue el causante y, al verle hablando con madre, se lo vi en los ojos: culpabilidad y nerviosismo. Pero confío en él, aunque por su culpa mamá me grité. Sus gritos… aún los recuerdo pero oigo más voces, hay más… muchas más. Es toda esa gente que miraba por los grandes ventanales que levantan mi casa, mi hogar; se empujaban por no perderse el espectáculo. Otra vez la sirena. Me da dolor de cabeza, ¡basta!

Algo ocurre. Todo se mueve. Me levantaría para ver qué pasa pero la cabeza me va a explotar. Desde mi cama alcanzo a ver uno de los grandes ventanales que ocupa toda la pared frontal del dormitorio. Ahí están, organizándose para mover los muros de mi edificio. Sus gritos y las sirenas que me causan esta jaqueca me están empezando a enfadar verdaderamente… ¡que me dejen en paz todos de una vez, joder! Pero de repente, algo ocurre… el temblor cesa, la casa vuelve a su estado estático natural. Por fin podré descansar. Sin embargo, una luz me lo impide, ¿qué demonios ocurre ahora? Entonces lo veo. Es algo extraño, casi irreal; pero es tan cierto como que estoy en mi cama, en mi casa de cristal, sentada, esperando. Real. Unas motas de polvo luminiscentes, como focos minúsculos, vuelan hacia mi casa, hacia mi cama. Me asustan un poco, pero logro reunir valor para tocarlas: están frías.

Las espanto, al fin, cuando me empiezan a rozar las orejas y la nariz haciéndome cosquillas con intención de que me dejen dormir de una vez. Gracias al cielo se alejan, pero no se dirigen al exterior como yo pensaba… se dirigen directas al baño. Cruzando el umbral de la puerta abierta se posan en el trozo de bañera que puedo percibir desde la oscuridad de mi cuarto. Con su luz, iluminan medio habitáculo y crean unos reflejos en el techo. La bañera está llena, preparada. Me seco las lágrimas acumuladas de todas las noches de los últimos diez o veinte años. Me levanto intrigada a la habitación iluminada como si de velas se tratara. Las motas no se asustan, es más, siguen revoloteando sobre la superficie de agua que llena la bañera, como invitándome a entrar. Toco el agua como poseída para medir su temperatura: está caliente. Al sacar la mano de la superficie calida el dolor de cabeza me vuelve, y los gritos, y las sirenas. Con el contacto cálido había olvidado la horrible sensación de martillazos contra mi cráneo y mis oídos.

No sé si meterme en la bañera. Es muy tarde y debería descansar. Eso quiero, descansar. Relajarme… disfrutar, olvidar por un momento lo perra que es esta vida. Me desnudo y noto el frío que hace en el baño. El calor de la bañera me llama, como un canto hipnotizante de sirena. Corro a ella y me meto hasta el cuello. De pronto, un recuerdo me ha golpeado la memoria; aquí dentro, en esta paz… es como volver al vientre de mamá, donde todo era seguro, fácil, íntimo. Donde era yo y solo yo. Donde la vida no te cansaba ni te hartaba. Donde era yo y solo yo.

Así, recordando esto, me sumerjo en el calor. Me siento parte de él, del silencio. Pero, de repente, como un taladro, un sonido llega a mis oídos creando unas ondas a mi alrededor. Eran ellos, mis peques, mis vidas, mis tesoros, mis dos razones de 3 y 4 añitos. El corazón se me derrite, noto su espesor en mi estómago. Me siento culpable y responsable, querida. ¿Cómo he podido dejar de creer? Las voces de fuera se convierten en cánticos. Cantan. Me cantan. Como ríos de verde esperanza, las notas de mis canciones en voces ajenas me inundan y me cubren.

El cansancio desaparece. Ya no me tiemblan las piernas. La ira se ha ido, junto a la desesperanza y la soledad. Me siento rodeada de gente aún, pero es gente que me quiere y que está sufriendo por mí. “¿Por mi?”, “Sí, por ti”.

Estoy harta de esas historias deprimentes de un mundo deprimente, donde deprimidos personajes hacen acciones condicionadas por sus depresiones crónicas. ¿Hola? El mundo no es así, al mundo lo hacemos así. No pienso ser uno de ellos. Jamás, basta. BASTA.

Salgo de la bañera y me visto, me arreglo el pelo y hago ejercicio. Educo a mis hijos y realizo mi trabajo con todo el amor y esfuerzo que puedo, como siempre he hecho. Puede que el mundo no esperara esto de mi, quería verme caer y estrellarme;  reír viéndolo todo con una caja de palomitas y un discurso de falsa moral sobre mi comportamiento, todo muy correcto, todo muy hipócrita. Pero no voy a darle este placer. No, ahora soy fuerte, más que ayer.

El cielo y el infierno son realidades de la vida, lugares que condicionan nuestras acciones y a los que se llega por las mismas. Yo he estado en ambos sitios